Ansiedad: Un maestro disfrazado de monstruo

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El primer ataque de ansiedad

Aún recuerdo cómo fue la primera vez que tuve una crisis de ansiedad. Ahora que lo pienso, no fue la primera vez, pero quizá está fue la que marcó una frontera clara entre el antes y el después. Faltaban cinco minutos para que dieran las doce de la noche y para que fuera mi cumpleaños.

Mi familia estaba pasando por un momento muy complicado y tenía una mezcla de emociones que me hacían sentir la boca seca y las manos heladas. Decidí bajar a la cocina a beber algo, tomé un vaso enorme de zumo de piña, subí las escaleras, estaba a punto de llegar a mi cama y ¡bum!

Mi mundo se quedó completamente negro, pensé que me había quedado dormida y estaba teniendo un mal sueño, cuando escuché a mi madre gritando mi nombre aterrada y a mi hermano intentando despertarme. Me había desmayado y había perdido la conciencia por unos minutos.

Desperté completamente desorientada y con un miedo latente a que volviera a suceder.
Lo siguiente fue un viaje a la sala de emergencias en la Ciudad de México. Recuerdo una sensación absoluta de vulnerabilidad, miedo y confusión. La cabeza me daba vueltas.

Después de hacer varias pruebas en el hospital, no encontraron nada que estuviera mal en mis niveles de sangre, etc. Entonces, ¿qué me pasaba? ¿Cómo alguien puede estar aparentemente bien y perder la conciencia al mismo tiempo?

Al siguiente día, a pesar de la recomendación de quedarme en casa, decidí ir a la universidad e intentar tener un cumpleaños normal con mis amigos.Volvía a estar bien, no sentía mareos, ni nauseas, solo cansancio por la falta de sueño de la noche anterior, así que, como era mi costumbre, a las 10 de la mañana ya había tomado dos cafés.

Todo parecía normal hasta que, al estar a punto de subir al metro, una oleada de náuseas, mareos y un dolor insoportable en el cuello me detuvieron en seco. En mi cabeza podía escuchar: “te vas a desmayar aquí mismo. Estás sola. Te vas a desmayar frente a toda esta gente. Estás en peligro. Estás vulnerable. Te vas a desmayar”. Salí como pude de allí a la calle y llamé a mi hermano para que viniera a buscarme.

A partir de allí, los meses más difíciles de mi vida empezaron. Estos episodios se repitieron muchísimas veces en distintos escenarios: en el metro, en la universidad, en el trabajo, en el supermercado, en el banco, en mi casa viendo algo en la televisión. Visitamos al menos cinco médicos, entre ellos un neurólogo, más exámenes de sangre, más pruebas, incertidumbre, confusión. Hasta ese momento no había vuelto a desmayarme que era mi mayor terror. Pero vivir así era una completa tortura, llegó un momento en el que era imposible para mi salir a la calle, caminar sola, subir al metro o simplemente ir a cenar con mis amigos. Me aislé, había días enteros en que no salía de casa o de mi cama. Hacía lo mínimo para poder graduarme de la universidad y nada más.

Dos meses después en unas vacaciones familiares toqué fondo, volví a desmayarme dos veces. Y al cumplirse mi miedo más grande, empecé un camino de introspección muy profundo en busca de respuestas. Después de haber probado al menos 10 medicamentos diferentes contra los síntomas que me torturaban, decidí parar un momento, pensé: debe haber algo que no estoy viendo. ¿Cómo puedo pasar de estar completamente bien a estar completamente mal en cuestión de minutos?

Empecé a observarme. Empecé a escuchar con más atención para enterarme qué era lo que desencadenaba mi malestar. El café no me ayudaba. Las multitudes tampoco. Las alturas. Los aviones. Los trenes. Los estímulos. Las emociones negativas. Mis pensamientos. Si, bingo, mis pensamientos.

El nombre que buscaba era "Ansiedad"

Un día busqué en internet: “Dolores corporales causados por nuestras emociones” y allí estaba, entre muchas otras cosas, algo que me resonó completamente. “Ansiedad: causas y síntomas”.

Yo, la persona más “tranquila” del planeta tenía ataques de ansiedad.

¿Cómo iba a tener ansiedad si llevaba varios años asistiendo a una terapia? ¿Cómo podía ser si yo no estaba loca? Me enfrenté a mis propios prejuicios sobre el tema antes de pedir ayuda.

Así que por algunos meses seguí sufriendo en mi propio dolor, en silencio, con vergüenza, culpa, miedo, y síntomas como nauseas, mareos, dolores corporales, y sobre todo pánico de desmayarme en cualquier momento.

El camino a la sanación

El 14 de enero del 2013, en el auge de la crisis de ansiedad me mudé a Barcelona desde México, aterrada por el viaje, por la nueva vida, por el cambio, por el trayecto en avión y con dolores crónicos en el cuello, decidí que no podía dejarme vencer.

Al llegar a España estuve lista para pedir ayuda, y aunque al principio el médico decidió prescribir ansiolíticos, un par de meses después decidí dejarlos y hacer una terapia distinta para controlar algo que en ese momento parecía un rincón sin salida.

Poco a poco, deje de sentir culpa y vergüenza lo que le dio paso a la libertad de poder expresar libremente cuando me encontraba mal, y como casi todos los dolores emocionales y mentales, al hablarlos y expresarlos pierden su fuerza.

Hoy, la ansiedad no se ha ido del todo, quizá puedo decir que cada día “el maestro disfrazado de monstruo” se presenta para enseñarme algo diferente. Lo más valioso es que sé que si algo me da miedo, tendré que atravesarlo. Alguien me dijo en uno de mis momentos más críticos: “Hazlo y si te da miedo, hazlo con miedo”. La ansiedad me ha enseñado a confiar más en la vida y en mi misma.

La ansiedad es el miedo al miedo. El miedo a perder el control. El miedo desmedido al futuro y a la incertidumbre. La ansiedad es mucho más común de lo que imaginamos: Se calcula que más de un 20% de las personas sufrirá una crisis de ansiedad en algún momento de su vida.

Qué diferente habría sido mi historia y la de muchos otros si en países como en México los médicos y la sociedad en general estuvieran más preparados para identificar padecimientos como la ansiedad y la depresión. Quizá mi proceso habría sido mucho más fácil de sobrellevar. Por eso me parece muy importante que dejemos de estigmatizar los padecimientos y la salud mental.

Que compartamos una pasión común por generar hábitos saludables y congruentes que nos ayuden a mantener nuestra salud mental y además, si estamos cerca de alguien que sufre ansiedad, podamos aprender a empatizar con lo que sea que estén pasando sin juzgarlos.

Si te sientes identificado con algo de lo que has leído, mi consejo es: pide ayuda, háblalo fuerte con alguien con quien te sientas seguro, escuchate, y comparte tu historia con nosotros, estamos aquí para ti. Si te gustaría leer más sobre el tema o no sabes por dónde empezar, visita nuestro blog Significado de la terapia y sus beneficios.

Recuerda, no hay nada de qué avergonzarse, las personas que sufrimos de ansiedad y depresión podemos llevar una vida completamente normal, si recibimos la ayuda adecuada.