Depresión: una historia llena de preguntas
- por Shadya Karawi-Name
- 06/03/2019

Una relación de toda la vida
Ella es silenciosa. A veces, no se ve. Se cuela en el alma, en los días, en la vida. Y permanece ahí, inmóvil, constante, latente.
Sí, a ella la conozco bien. Me acompañó a lo largo de mi adolescencia. Me acariciaba el pelo y, a veces, sentía que se reía de mí. No podía compartirlo con nadie. Principalmente, porque ni siquiera yo entendía qué pasaba.
Durante distintos periodos de mi vida, se hacía más intensa. Yo intentaba, como fuera, pero no lograba sacudirla. Y, así, fue pasando el tiempo y creo que aprendí a convivir con ella. A veces, se asomaba y yo la abrazaba.
Me hacía quedarme en cama. Me sentía abatida, agotada, resignada. Y, aunque no hubiera ningún factor externo a mi alrededor que lo disparara, las lágrimas salían de mis ojos, sin parar.
Inventaba, incluso, que no me sentía muy bien físicamente. Me duele la cabeza o la barriga. Seguro comí algo que me cayó mal. Y, así, disfrazada de síntomas físicos, ella se acomodaba y se expandía a sus anchas.
Todavía hoy, después de tantos años, de tantas historias, de tantos procesos, se me cuela en las mañanas de repente. Cada vez con menos intensidad. Cada vez menos presente. Pero, sin embargo, no desaparece.
Solo ahora, después de tanto, me ha ido revelando su nombre. Las primeras veces que lo escuché me asusté. Pensé que tenía que ser un error. Que alguien que lo tenía todo, como yo, no podía tenerlo. Y, así, con mayor consciencia y mayor aceptación, hoy puedo decir su nombre fuerte claro: DEPRESIÓN.
Veo a esa yo más joven, que se desangraba en tinta con poemas tristes, que llenaba libretas enteras de dolor. Esa yo que se sentía sola, aunque estaba rodeada de amor. Que se sentía no vista, no querida, no reconocida. Ahora la veo y a su frustración.
¿Cómo puede uno estar deprimido si no hay ninguna razón aparente para estarlo? Ya no era solo el sentimiento inexplicable de desvalía y malestar, si no, que además, a todo esto, se le sumaba el no entender. El no poder hacer las paces con la idea de estar deprimida.
¿Me estaré volviendo loca? Esas voces en mi mente no me dejan en paz. ¿Qué me pasa? ¿Por qué no tengo ganas de abrir los ojos, de bañarme de salir? Y, así, mi amada yo se cuestionaba. Y no siempre encontraba las respuestas.
En el proceso, sin embargo, descubrí muchas herramientas que aliviaban mi dolor. Gané entendimiento, solté lo que no me pertenecía y pude honrar mi proceso. Busqué ayuda, una y otra vez. Y, todavía hoy, lo sigo haciendo. Cuando la siento a ella sentada en mi casa, ya no le temo. La miro de frente y le pregunto qué me viene a enseñar. La abrazo y la dejo estar un rato. Y me sumerjo en esa oscuridad, la mía, la que nadie ve y nadie entiende y sobre la que, casi nadie, sabe. Y ahí me quedo un rato. Y un poquito más. Y lloro y lloro y lloro, como una bebé desesperada pidiendo a mamá. Y llega un momento en el que, entre sollozos y agotada, agarro el teléfono. Escribo, llamo, pido ayuda.
En mis momentos de claridad tengo ya identificadas a esas personas que me pueden ayudar. Amigas o familia que ya antes me han sacudido y me han ayudado a conectar nuevamente con la luz. Por eso, cuando los atisbos de depresión aparecen acudo a ellas. Porque ya sé que no puedo sola. Y no quiero hacerlo todo sola. Porque creo que entre todos podemos ayudarnos más. Porque recuerdo que cada uno tiene algo que aportar.
Y, así, me he permitido, poco a poco, no comerme sola al dolor. Y, así, me voy permitiendo amar y ser amada. Sostener y ser sostenida. Ayudar y pedir ayuda. Ahora comprendo que, incluso, mis momentos de más profunda oscuridad me han traído grandes regalos.
Ahora sé, con plena certeza, que cada experiencia trae consigo aprendizajes maravillosos, que no hubiera podido tener si las cosas hubiesen sido distintas. Pienso en lo importante que es poder hablar abiertamente del tema, que se normalicen los sentimientos que, con tanta frecuencia catalogamos como negativos. Que se den facilidades para expresar, para compartir, porque, a veces, lo único que necesitamos, es saber que no estamos solos. Que no somos los únicos que atravesamos las tormentas del alma.
Hoy te hablo a ti
Por eso, hoy quiero hacer este llamado abierto y del alma a quien sea que se esté sintiendo identificado con mi sentir No estás solo. Veo tu dolor. Comprendo lo impotente, frustrado y desvalido que te sientes.
Hoy te hablo a ti. Sí, a ti. A ti que te cuesta encontrar razones para abrir los ojos cada mañana. A ti que la vida se te ha vuelto turbia e innecesaria. A ti que lloras a escondidas y gritas en la ducha.
A ti que sientes que te ahogas. Que sientes este cuerpo tan inhóspito y extraño. A ti que tienes el corazón hecho migajas. A ti que sientes que has perdido a un ser amado. A ti que atraviesas los estragos de lo que no pudo ser.
A ti que no dejas de culparte, que piensas que no eres suficiente, que no vales nada. A ti que sientes que has perdido el rumbo, que nada de lo vivido tiene sentido. A ti que te parece que no perteneces a ningún lugar. A ti que no entiendes por qué te pasa lo que te pasa.
A ti que duermes, lado a lado, con las dudas. A ti que sientes que la incertidumbre te devora y te lacera a cada instante. A ti que estás tan cansado. A ti que no quieres seguir. A ti que deambulas entre noches enteras de insomnio y realidades que asustan. A ti a quien el miedo le ha quitado las fuerzas.
Hoy te hablo a ti y trato de alcanzarte y de llegar hasta donde estás. Lo hago porque yo, también, conozco bien ese lugar de sombras y fantasmas, de inseguridades y de angustia. Lo hago porque pienso que si tú y yo lo conocemos tanto, quizás no estamos solos. Es más, podría asegurar que la mayoría de aquellos con los que nos cruzamos en el camino han frecuentado el abismo negro donde se ahogan los sueños.
Hago un lazo de amor y lo extiendo y te invito a que salgas. A que te pasees por el valle de flores, de niños sonrientes y de amores posibles. Con un abrazo invisible te mando la fuerza que sacuda a tu fuerza interna para seguir adelante. Te grito, a mil vientos, que no te rindas, que sí puedes, que lo vas a lograr. Te recuerdo lo valioso que eres, lo necesario que eres, lo amado que eres.
Pido al cielo que te mande una lluvia de risas y de caricias y de deseos que se cumplen. Pido que recuerdes tu esencia de amor y el propósito por el que viniste a la Tierra. Que se fortalezca tu cuerpo y que te abracen las ganas para seguir en movimiento. Que sientas el respaldo y el apoyo de todos los que estuvieron antes que tú, de los que ya no están y de los que permanecen. Que sepas bien que no estás solo, que no estás solo, que no estás solo.
Eres suficiente, aunque te cueste creerlo. No tienes que hacer nada para ser amado, respetado, aceptado porque ya lo eres. Tu vida es valiosa y tu existencia tiene sentido. Tu presencia aquí es necesaria. No apagues la luz todavía. Ya habrá tiempo para descansar, para regresar a casa, para otras experiencias.
Hoy te hablo a ti y te digo que te amo, aunque quizás, nuestros cuerpos aún no se conozcan. Hoy te hablo a ti y te digo que lo siento por todo a lo que te has tenido que enfrentar. Hoy te hablo a ti y te digo perdóname si algo en mi ha generado dolor en ti. Hoy te hablo a ti y te digo, simplemente, gracias por existir.