La importancia de vivir el duelo
- Por Shadya Karawi-Name
- 03/04/2019

El duelo es una montaña rusa. Ya sea por una ruptura amorosa, por un cambio de vida, porque se ha ido alguno de nuestros seres amados, todos hemos experimentado, de alguna forma lo que es estar en duelo.
Es ese proceso que viene después de vivir una pérdida dolorosa, en donde la vida, como la conocemos hasta ese momento, cambia por completo, tomando un matiz distinto y llevándonos a las profundidades más dolorosas de nuestra alma. Los momentos de calma, parecen entremezclarse con la ira, la tristeza, la confusión y vamos haciendo, lo mejor que podemos, por volver a la normalidad, sin darnos cuenta que, quizás, el mismo concepto de normalidad se ha transformado para siempre.
Es un proceso tan importante, que hay que vivir a plenitud, porque, cuando no lo hacemos, no sanamos totalmente, nos enquistamos, nos cargamos. La mayoría de nosotros no sabe qué hacer exactamente mientras lo atraviesa. Muchos, incluso, se sienten culpables por sentir tanta tristeza o dolor y sienten que esta no es una razón suficiente para hacer un alto en el camino, para cuidarse, para sanar.
Es importante aclarar que el duelo no ocurre únicamente cuando alguien muere. A lo largo de nuestra vida, podemos atravesar distintos duelos, por diferentes situaciones y es clave que podamos identificarlo y, además, permitirnos vivirlo, con consciencia, y, especialmente, mucha compasión y amor hacia nosotros mismos.
Elisabeth Kübler-Ross, en su libro, “On Death and Dying” (1969), explicó las 5 etapas del duelo, por las que todos atravesamos. No ocurren de manera lineal, y cada individuo las vive con mayor o menor intensidad, dependiendo de la intensidad del vínculo, de las circunstancias que rodean la pérdida, factores psicológicos, emocionales y mentales.
Tener claro cuales son dichas etapas puede, quizás, ayudar a muchos a saber que no están solos, que lo que están viviendo es completamente normal y que, inevitablemente, pasará.
1. Negación
Esta se dice que es la primera etapa. Tendemos a negar la realidad, inicialmente, porque es profundamente doloroso para nosotros aceptarla. La negación involucra rechazar de forma consciente o inconsciente aquello que estamos viviendo en ese momento. Es, tal vez, una forma que utilizamos para sobrevivir y poder gestionar todas las emociones que surgen con la idea de perder aquello que amamos para siempre.
Cuando nos enteramos que alguien que amamos ha muerto, o sabemos que la pérdida de algo va a cambiar nuestra vida para siempre, podemos preguntarnos por qué esto nos ha sucedido a nosotros, y la realidad como tal pierde sentido. Sentimos que no podremos continuar así. Al atravesar la negación, nuestro ser va adaptando a la nueva realidad a la que nos estamos enfrentando. Es normal que en estos momentos se revivan los recuerdos de lo que ha ocurrido, una y otra vez porque es la forma en la que procesamos que la situación en realidad sí pasó.
2. Ira
Cuando vamos saliendo de la negación y nos damos cuenta que la pérdida realmente ha ocurrido, conectamos con una ira intensa. Sentir rabia es algo completamente normal a lo largo de todo el proceso de duelo, sin embargo, durante de esta etapa es mucho más acentuada. Sentimos que la vida nos ha fallado, arrebatándonos eso que es tan importante para nosotros.
Como sentir enojo es algo que no es tan socialmente aceptado y, en ocasiones, puede incluso despertar culpa, es vital que la persona que está en duelo pueda saber que es normal y sano sentir y expresar todas las emociones que se vayan presentando.
A través de la ira se pueden procesar las cosas mucho mejor y es importantísimo que las personas que rodean al doliente, le permitan expresarse a plenitud, ya que la rabia no gestionada, puede desencadenar diversos problemas más profundos, tanto físicos, como mentales o emocionales.
3. Negociación
Aquí, la palabra esperanza es clave. La persona que atraviesa el duelo, en medio de todas las emociones que sienten, buscan hacer promesas religiosas, cambios de vida, o intercambios emocionales, con la idea de que su ser amado permanezca. Este es un mecanismo de defensa que, nuevamente, lo que busca es proteger a la persona de sentir a plenitud la dolorosa situación a la que se está enfrentando.
Durante esta etapa se puede sentir mucha frustración al darse cuenta que la relación con la persona amada o la situación jamás volverá a ser como antes. Está llena de cuestionamientos, de preguntarse si las cosas hubiesen podido ser distintas, si en realidad hizo suficiente o no. Se plantean muchos escenarios en nuestra mente, y en el corazón, como un último intento de mitigar el inmenso dolor ocasionado por la pérdida.
4. Depresión
Ha llegado el momento de entender en realidad que ya no hay vuelta atrás. Ese ser se ha ido para siempre, esa situación se ha terminado, ese capítulo se ha cerrado. Y, precisamente, es en este momento en donde nos cae encima todo el gran peso de la realidad vivida.
Las personas tienden a aislarse mucho en esta etapa y el miedo, la tristeza y la incertidumbre son algunos de los sentimientos más predominantes. Hay vacío, hay impotencia, hay un agotamiento absoluto.
Esta etapa es tan importante y tan necesaria. Es lo que nos permite experimentar a cabalidad la realidad y saltársela, solo trae un grado, aún mayor de sufrimiento. Muchas personas, prefieren no sentir malestar o incluso llegan a falsamente recuperarse rápido, para evitar conectar realmente con el dolor. Quizás, sienten que deben ser fuertes por otros miembros de la familia y todo esto hace que no se permitan sentir con intensidad, las diversas emociones que están deseando salir.
5. Aceptación
Aquí, aceptamos lo que ha ocurrido. Nos permitimos seguir disfrutando de la vida, aunque eso que tanto amamos ya no esté presente. Es reaprender a vivir el día a día y a permitir que las ganas de vivir vuelvan a llegar a nosotros.
Vivir desde la aceptación, no quiere decir que estemos completamente bien ni que ya no nos importa lo que hemos vivido. Es, precisamente, hacer las paces con la idea que este proceso que hemos vivido nos acompañará siempre. Es poder decirle que sí a la vida con todo lo que nos ha traído. Es honrar el destino de ese ser que tanto amamos con paz.
La culpa, las dudas, la impotencia van, poco a poco desapareciendo v llegando con ello un nuevo sentimiento de paz, en donde sabemos que hay cosas que no podemos controlar, que el ciclo de la vida es, precisamente eso, un ciclo.
Cada duelo es importante.
Hay muchas formas de gestionar el duelo. Realizar rituales simbólicos es de gran ayuda. En la mayoría de culturas cuando un ser humano se muere, se realizan velorios y entierros, lo que ayuda a los que sobreviven a procesar las cosas. Sin embargo, hay otro tipo de experiencias, como la muerte de una mascota, la pérdida de un bebé, una ruptura amorosa, un cambio de país, un despido laboral, cuyos duelos son menos frecuentemente aceptados y, por ende, vividos.
La invitación es a que recordemos que absolutamente todos los duelos son válidos y que todos deben ser atravesados, sentidos, vividos. Hay muchas formas de hacerlo. Una, sin duda, es contar con acompañamiento terapéutico, para poder adquirir las herramientas necesarias para poder gestionar la nueva situación a la que nos enfrentamos.
Podemos escribir una carta, plantar un árbol, conseguir alguna joya u objeto que represente eso que hemos perdido, ir a un grupo de apoyo, hacer una donación. Hacer lo que sea necesario para nosotros que simbolice el honrar a ese ser o situación que ya no forma parte de nuestras vidas.
Si estás en duelo, recuerda, que no estás solo. Que está bien pedir ayuda si lo necesitas. Que es importante que te arropes, que te mimes, que te escuches. Que seas muy paciente contigo mismo. Y amoroso. Y respetuoso. Y que recuerdes que todo este dolor que sientes, también, pasará.