La responsabilidad en la terapia gestalt

Share on facebook
Share on linkedin
Share on twitter
Share on whatsapp
Share on email

La palabra responsabilidad abarca mucho y es bastante importante en nuestra vida, ya sea por estar presente o por su ausencia. La mayoría de veces asociamos el término responsabilidad al deber, al tener que, a las obligaciones, a seguir unos patrones o hacer determinadas cosas. También a cuestiones morales, éticas, jurídicas, a determinados valores o principios, etc. Todos ellos forman parte del término y son muy válidos, y también muy abstractos a veces. Sin embargo, se nos ocurre quizás menos, pararnos a pensar en lo responsables que podemos ser de nosotros mismos, de lo que sentimos. En la responsabilidad que hay detrás de las decisiones que tomamos a diario, de lo que decimos y de lo que nos callamos, de cómo nos tomamos las cosas… la responsabilidad de lo que queremos, lo que pensamos y lo que hacemos, con nosotros mismos, con los demás, con nuestro bienestar, con nuestra vida…

Se puede entender la responsabilidad de muchas formas como he dicho, pero esta vez me voy a quedar con la acepción de hacernos cargo, ¿de qué? de nosotros mismos, desde una visión subjetiva y personal. Dando algunas pinceladas de lo provechoso y favorable que puede resultarnos.

Desde la Terapia Gestalt se hace mucho hincapié en que el paciente se haga responsable, de hecho, es uno de los principios básicos de esta terapia junto con el Darse Cuenta y el Aquí y Ahora.

En terapia se le señala al paciente siempre que este la elude, con la intención de que pueda reapropiarse de lo suyo y de esa manera pueda hacer algo distinto de lo que viene haciendo hasta el momento. Si uno no se siente responsable, si piensa que todo el peso recae en el otro o la otra, en el mundo, difícilmente podrá salir del bucle en que esté metido o metida. Se intensificará la sensación de impotencia, de frustración, de desesperanza. Veamos algunos ejemplos que ilustran de qué manera nos ponemos a merced de que el mundo satisfaga mis necesidades para sentirme bien y por el contrario, de qué manera podemos darle la vuelta a eso: hablando en primera persona, asumiendo nuestras limitaciones, viendo nuestra responsabilidad en lo que hacemos y no hacemos, etc.

“Tendrías que hacerme más feliz; La sociedad tiene la culpa de todo; Es el alcohol, que confunde, Para qué esforzarse, no voy a encontrar nada; Es que yo soy así; Hazlo tú, que yo no sé; No sé, me da igual, lo que tú quieras; Me trata como una tonta; Lo hago por tu bien; Esa es una rara; Ves lo que me has hecho hacer; Total por uno más; Sí, sí, lo que tú digas amor; Haz lo que quieras! Tú verás… ”

No me siento feliz; No comparto ciertos valores sociales… así que voy a hacerlo a mí manera dentro de lo que pueda; Sé qué cuando bebo alcohol hago estas cosas…; Estoy desilusionado con este tema…; Sé que te molesta que me comporte así…; No quiero invertir tiempo en hacer esto; Un momento, que aún no sé que quiero; Cuando oigo esas cosas , yo me siento como una tonta; Yo quiero que lo hagas de esta manera aunque sé que tu quieres hacerlo de otra; Es muy diferente a mí y eso me inquieta, me siento incómoda; Me he sentido inseguro y he reaccionado así; Sé que esto no me hace bien y quiero hacerlo; Amor, no me apetece hacer eso hoy, qué te parece si…; Me molesta/me duele/me preocupa que vayas a ese sitio; …

No es cosa sencilla ésta de hacerme cargo de mí, de lo que hago, digo, siento, sin meter a otro de por medio, sin esperar que algo de fuera cambie para sentirme bien, sino intentar hacer algún cambio yo para que eso suceda.

¿Cómo está presente la responsabilidad en nuestro día a día?, ¿cómo lo hacemos para no hacernos responsables de nosotros? Por ejemplo, delegando de forma automática aquello que nos cuesta, mediante una actitud de rebeldía sin causa, esperando que sea el otro el que nos diga, el que haga, el que se dé cuenta, esperando que el mundo, el entorno, las circunstancias, nuestra vida, cambien. No teniéndonos en cuenta, mirando hacia otro lado, sin afrontar, tirando la piedra y escondiendo la mano, cargándonos con problemas, situaciones, emociones, que no nos corresponden, poniendo excusas, justificándonos… y un sinfín de triquiñuelas más.

¿Qué pasa cuando ponemos en juego todo esto y dejamos de vernos a nosotros/as mismos/as? Podemos llegar a pensar que es todo más sencillo, más cómodo, se “vive” mejor. Y ciertamente es un poco así. Si yo no miro qué hay de mí en todo lo que me rodea, no veré cosas mías que me desagraden o me entristezcan, no tendré que enfrentarme conmigo mismo/a y comerme la cabeza, no tendré que cuestionarme, ni sufrir por lo que me disguste, no tendré que re-conocerme en las cosas que pensaba que eran de otro/a y que ahora me doy cuenta de que están sólo en mí… Por otra parte, si tomo mis riendas y me responsabilizo de lo que me pasa, me puedo permitir más, tengo más opciones, puedo ser más libre para moverme, elegir, actuar, sentir… Puedo tener algo más de poder y control sobre lo que me pase, sobre mi vida… También me doy la oportunidad de ser más consciente de mí mismo/a, de mi día a día, de cómo me las ingenio, de las trampas que me pongo y que pongo, de cómo me escaqueo y para qué, y de cómo me deja a mí todo eso.

Si no nos hacemos cargo de nuestra parte en lo que nos rodea, tendremos más sensación de impotencia, todo nos será ajeno, ya que estaremos cargándole lo nuestro al otro, al mundo. Nos haremos dependientes de lo que nos viene de fuera, como meros observadores, y sin sentir que podemos intervenir en nuestra propia historia. Sin ser conscientes de nuestra capacidad para cambiar las cosas, para perseguir nuestras necesidades, lo que queremos para nosotros/as, para nuestro bienestar, y desde ahí poder también favorecer el bienestar de los/as que queremos. Nos empeñamos en que el otro haga, que cambie, que cambie el mundo para sentirnos bien… cuando la clave principal está en nosotros/as.

Una cosa que “tenemos tan clara” como es la responsabilidad, algo que nos intentan inculcar de pequeños, algo de lo que tantas veces hemos huido o nos hemos enorgullecido, que tantas veces hemos pedido y sobre todo esperado… es algo que, más allá de venir impuesto desde fuera, podemos encontrar en nosotros/as, influyéndonos a todos los niveles, de forma bastante significativa y sin que apenas nos demos cuenta.

No es fácil cambiar, mejorar, transformar las cosas, pero empezar a dirigir la mirada hacia dentro, hacia uno/a mismo/a, nos irá dando pistas e información valiosa sobre nosotros/as, desde la cual poder empezar a hacer aquello que necesitemos para estar cada vez un poco mejor.

Algo en lo que ponemos en juego nuestra responsabilidad para con nuestro bienestar es en los límites que establecemos en las relaciones y para con nosotros/as mismos/as. Poner límites en la relación con los demás, es una cuestión que se pone en juego desde bien pequeños. Ya no solo a la hora de no dejar que los demás o las situaciones nos engullan, sino también a la hora de no invadir nosotros al otro.

Los límites implican respeto, hacia uno/a mismo/a y hacia los que nos rodean; necesidades, gustos, ideas, opiniones, bienestar y satisfacción personal, autoestima, seguridad, y en general todo aquello que somos, se salvaguarda detrás de unos límites adecuados. Límites como: esto no; por aquí sí; eso no es lo que necesito; ahora es mi momento; lo que realmente quiero es esto, no aquello, etc.

Para poder establecer límites, primero tenemos que hacernos cargo de lo que nos pasa, de lo que queremos y lo que no, de lo que sentimos… y asumir la responsabilidad que tenemos con eso. A veces, sin darnos cuenta, vamos cediendo terreno. Esta cesión se produce tan poco a poco, y de maneras tan variadas, que acabamos olvidando que ese terreno alguna vez fue nuestro, que nos corresponde y lo queremos.

Poner límites adecuados supone un trabajo personal de conciencia y responsabilidad ante nosotros mismos. Conciencia a la hora de saber lo que queremos y lo que no, y responsabilidad para hacernos cargo de ello.

Los motivos por los cuales nos cuesta poner límites pueden ser muchos, pero a la base de todas esas explicaciones que nos damos, y que pueden parecer “lógicas” y verosímiles, subyacen siempre sentimientos y emociones muy básicos como el miedo, la culpa, la vergüenza, y conceptos tan importantes como son la inseguridad y la autoestima, entre otros.

No es una cuestión sencilla darse cuenta de cuándo realmente una persona o situación nos está absorbiendo, por tanto, es importante ir fijando nuestra atención en las sensaciones que nos deja; ese poso que va quedando después de haber cedido ante alguien o algo, de haber callado, de haber obedecido, de haber aguantando o cargado con algo que realmente no es nuestro, que sentimos que no va con nosotros. Es un malestar que se va haciendo grande en nuestro vientre, en nuestro estómago, en nuestra garganta… y que nos da información de que algo no está bien, con alguien o con alguna situación en particular. Será momento de pararnos a pensar dónde nos estamos enganchando, con qué, con quién, y si es posible ir más allá, darnos cuenta también de que es lo que nos frena, que nos está impidiendo marcar nuestros límites.

Poder relacionarnos con los demás teniéndonos en cuenta, nos permite estar más en contacto con nuestras verdaderas necesidades y sentirnos más a gusto en nuestra piel, ya que nos hacemos responsables de nosotros y de nuestro bienestar. Desde ahí pondremos en juego relaciones más genuinas, saludables y en definitiva, más satisfactorias.