Parejas: ¿Realmente somos la mitad de una naranja?

Share on facebook
Share on linkedin
Share on twitter
Share on whatsapp
Share on email

En pareja

Cuando tenía 17 años dejé con mi primer novio. Habíamos estado juntos cuatro años y la ilusión del primer amor nos había hecho creer que era para toda la vida. Aunque no sé si le puede llamar ‘ilusión’ a algo que se presenta como verdad absoluta en la gran mayoría de libros, canciones y películas que consumimos en aquella época. Sobretodo en las películas de Disney a las cuales tengo bastantes traumas que reclamarles.
En ese momento fue cuando me di cuenta de mi gran error. Habíamos tenido una relación absolutamente simbiótica, envolvente, sofocante. Es que cuando una tiene novio pasa tiempo con su novio, ¿no? Pensé que así se hacían las cosas. Pasé casi toda la secundaria con él. Nos veíamos en el liceo en todos los recreos, luego nos juntábamos después de clase y los fines de semana.
Cuando dejamos, llegué a clase y se hizo la hora del almuerzo y me di cuenta que no tenía con quién sentarme a comer. Me daba vergüenza acercarme hasta la mesa de alguno de esos tantos amigos que había dejado de lado. Ellos me lo habían reclamado pero yo no había sabido manejarlo.
Vi cómo mis amigas también se ponían de novias y luego terminaban sus relaciones y vi cómo este patrón se repetía una y otra vez. Cuando estaban en pareja desaparecían de la vida social, nunca podías hacer planes con ellas porque ya habían hecho planes con su pareja.
Eso nos enseñaron: que teníamos que conseguir a un otro. ¿Pero y qué de conseguirnos a nosotras mismas? Conseguirnos intereses, pasatiempos, pasiones, objetivos.
Me encantaría poder decir que en mi segunda relación no me volvió a pasar. Que había aprendido la lección y no dejé a mis amigas de lado. Pero no. Volví a repetir lo mismo. Porque no sabía cómo ser ‘una’ con el otro. Cómo ser ‘yo’ en compañía del otro. Cuando había un otro, solo sabía ser ‘nosotros’.
Pero esto no afectaba solo mi vida social, relación con mis amigos o mi familia. Esto afectaba también directamente mi relación con mi pareja.
Me acuerdo cuando mi segundo novio me preguntaba si no tenía nada para hacer y yo lo miraba extrañada como si me hablara en chino. Ahora, muchos años después, viene una amiga a decirme que tuvo esta misma conversación con su novio. Él le decía “tenés que salir más con tus amigas, conseguirte un hobby”.
Y es que tanto nos taladraron con conseguir al tipo que una vez que lo tenemos no lo queremos soltar y parece ridículo irte a practicar piano (cómo se nota que sigo sin saber qué es un pasatiempo) que quedarte con tu novio.
Cada vez que dejaba con algún novio mi madre, que apenas les había dirigido la palabra en todos los años de relación, lloraba como diciendo “listo, perdió la chance, fracasó”.
No veo mis rupturas así. Compartir cuatro años de existencia con otro ser me parece una victoria, una experiencia hermosa que atesorar. Somos tan complejos, nos cuesta tanto comunicarnos, compartir, convivir, mostrarnos vulnerables. Cualquier cantidad de tiempo que compartimos – por corta que sea – con otra persona en la que conseguimos conectar debería ser celebrada.

Soltera

Suena el teléfono. Es mi papá para desearme feliz cumpleaños. Me pregunta cuántos años cumplo y me dice que en el siglo XIX a mi edad y sin novio ya habría quedado para vestir santos. Le respondo que qué suerte que ya no estamos en ese siglo.
La feminista en mí quería gritarle de todo, pero se contuvo porque hace tiempo ya aprendió a elegir sus batallas. Lo que aún no aprendí es a que esas pavadas me resbalen. Me afectó, me dolió. No sé si porque él pensara que yo no era capaz de encontrar a alguien que me quisiera o porque pensara que sin una pareja algo me faltaba, que no estaba completa. Supongo que ambas.
Durante mucho tiempo, y más en su generación, nos enseñaron que era así. Que no estábamos completos. Con el verso de la otra mitad, de la media naranja. ¿Existe acaso algo más inútil que media naranja?¿Qué se puede hacer con media naranja?¿Medio postre?¿Medio sorbo de jugo? Y así vamos por la vida, inacabados, faltantes, deudores. Buscando a alguien que complete nuestra naranja cuando en realidad nos apetece más bien una torta de chocolate, o de dulce de leche, o una bolsa entera de naranjas.
No solo tenés que encontrar a tu media naranja sino que supuestamente es solo una.
La idea de la media naranja es sumamente peligrosa. Si la otra persona es realmente “mi otra mitad” entonces debe entenderme a la perfección, asumiendo lo que quiero/necesito/siento sin necesidad de que se lo comunique. Esto claramente no es así. Porque somos distintos e independientes y es dicha singularidad la que usamos para interpretar las situaciones. Es por ello que hay que ser claros, el otro no está en nuestra mente, está en la suya propia.
Otro aspecto complicado que acarrea es el hecho de que “encontrar” a esa persona parecería ser el final del cuento. El clásico “y vivieron felices para siempre”. Nada más lejano. Estar en una relación implica un trabajo continuo de ambas partes.
Cuidado con las expectativas, sobretodo las que son lisa y llanamente: irreales. Cuando ponés al otro en un pedestal y sueñas cuestiones inalcanzables estas condenando la relación irremediablemente al fracaso. Dale a ambos una oportunidad, manteniendo los pies en la tierra.
El tema es desembarazarnos de todas las creencias limitantes que venimos cargando y que tenemos incrustadas en lo más profundo del inconsciente colectivo y que nos acechan. Nos acechan cuando conocemos a alguien y no le somos sinceros porque “es muy pronto”. Nos acechan cuando aceptamos cosas que nos lastiman porque “los hombres son así”. Nos acechan cuando nos quedamos en una relación sin amor porque “me voy a quedar sola”. Y nos acechan cuando venimos haciendo un trabajo intenso de desconstrucción y alguien que querés viene y te dice “sos una solterona”.
Es difícil acortar la brecha entre lo que intentamos desaprender y lo que aprendimos. Entre la teoría y la práctica. Entre lo que sentís y lo que sabés. Ayuda no ser muy duros con nosotros mismos, saber que es un proceso. Ayuda también rodearte de personas que comparten tu visión de cómo deberían ser las cosas.

Las cinco verdades a tener en cuenta antes de comenzar una relación

1. Eres un ser completo

No eres la mitad de nada ni de nadie. Eres un ser completo y maravilloso.

2. No necesitas a nadie

Tú eres el único que puede darte todo lo que necesitas. No necesitas a nadie más. Puedes elegir compartir tu vida con alguien. Pero es justamente eso, una elección.

3. No hay edad para el amor

Despréndete de todas esas creencias sobre cuándo y cómo tienen que darse las cosas. La gente se enamora todos los días, a todas horas y a cualquier edad. No tienes fecha de expiración. ¡No eres una maldita naranja!

4. La única persona que puede darte la felicidad eres tú mismo

No importa a quién tengas al lado si no estás en paz contigo mismo. La felicidad es algo que reside dentro de ti. Nadie puede venir y “dartela”. Tienes que dártela tú solita, y ya luego después se puede compartir (con alguien que también esté en paz y feliz consigo mismo preferentemente).

5. Solo existe el ahora

No te enredes mucho en el qué pasará o qué habrías hecho distinto. Solo tenemos el momento presente y es aquí donde encontramos la felicidad. Con o sin pareja.

Creo que es es el gran aprendizaje. Entender cómo ser uno, completo. Una persona con trabajo, familia, amigos, pasatiempos, pasiones, responsabilidades, deseos y además con pareja. Conseguir ese equilibrio. Y no sé si a ellos (los hombres) les pasa o si fue solo a nosotras que nos criaron para ser la compañía de alguien más. Ahora nos toca a nosotras aprender a ser nuestra propia compañía y ya luego ver si agregamos alguien más a la ecuación.